15 de Septiembre de 2018
De nuevo muy prontito (se ve que me encanta coger vuelos sin apenas dormir) Álex nos lleva al aeropuerto a mi Madre, mi hermana y a mí, ya que mi padre estaba de viaje ese día. Tanto él como yo hemos dormido unas 2 horas en total ya que era necesario despedirse de mis amigos como es debido y por todo lo alto. En esta ocasión llevo no una, sino dos maletas enormes, la de cabina y la del portátil, bien de ropa.
Esta vez no fue como la primera, esta vez estoy muy triste y no me quiero ir, de la misma manera que los niños pequeños no quieren ir al cole y alejarse de aquellas personas a las que tanto quieren. En el fondo sé que me lo voy a pasar genial y que no me voy a arrepentir de irme por segunda vez a vivir fuera pero en ese momento tengo demasiado reciente la vuelta a casa (tan solo 2 meses y medio antes) y estoy harta de despedidas. Con lo que me había costado acostumbrarme a mi vida en Madrid de nuevo.
Entre lágrimas me despido de los tres y entro con Sara al control del aeropuerto. Al contrario que yo, Sara estaba muy feliz, súper feliz, con la misma ilusión que tenía yo la primera vez que me fuí. Conocía a Sara por ser la novia de uno de los amigos de Álex, habíamos coincidido varias veces en fiestas pero tampoco se nos podía considerar amigas, aunque del mismo modo que Lucía en Groningen, Sara acabó convirtiéndose en mi día a día y me alegro mucho de que fuera ella la persona con la que he compartido esta experiencia de principio a fin. Desde los primeros días de desorientación pasando por los salseitos en los que eramos una pareja de witches y las mil y una noches de cubano hasta todos los momentos que vivimos en familia.
Antes de subir al avión conocemos a Tedi e Ike, Sara había hablado con Tedi antes y por eso sabíamos que volábamos las cuatro juntas (Cómo véis se repetía tal cual el patrón de conocer amigas en el avión). Ambas posteriormente se convirtieron también en parte importante de mi experiencia y mi familia cracoviana y más en concreto de mi Dream Team, del cual ya os hablaré más adelante.
Llegamos al aeropuerto de KRK y un señor con un cartelito que ponía nuestros nombres se queda flipando al vernos con nuestras 6 maletas. Afortunadamente consigue meternos en una furgoneta bastante decente y vamos rumbo a Laborooms, nuestra futura casa.
Y ahí nos plantamos, de noche (Aunque tampoco era muy tarde, pero ya sabéis lo que son las horas de sol en otros países de Europa en Otoño e Invierno) delante de una puerta en ruinas con bastante mala pinta. Nos esperaba Aneta, la chica que trabajaba para el dueño de los pisos, con las llaves. La pobre mujer me ayudó a subir mis maletas al tercero, donde vivía yo. Y luego nos enseñó nuestros pisos y cuartos. El panorama daba bastante mal rollo, Sara y yo éramos las primeras en llegar de todo el bloque de pisos de Erasmus y ni siquiera estábamos en el mismo, ella vivía en el primero y yo en el tercero. Os juro que esos días que estuve sola dormía con la luz del eterno pasillo de mi piso encendida porque me daba pánico salir de mi cuarto y que estuviera todo oscuro.
Nos fuimos a cenar y a dar una vuelta por el centro para enseñárselo a Sara, ya que yo había estado anteriormente 2 veces allí y algo conocía.
Y así terminó el primer día de esta segunda aventura que fue vivir en Cracovia.